18 junio 2013

El amor según pasan los años

Ellos tenían veintitantos cuando se ven por primera vez en un tren y se enamoran a primera vista. Sí, desde la primer mirada se percibe. Y la conversación posterior sólo comprueba esa conexión, esa electricidad, ese lazo invisible que sintieron al cruzarse uno enfrente del otro. Se bajan del tren y durante unas horas viven un amor más grande que el que muchos podrían llegar a tener algún día.

Se besan por primera vez una romántica tarde con la puesta de sol y con la vista de Viena. Hablan de la vida, del amor, de sus relaciones, de sus sueños, de sus pensamientos. En una misma noche pasan por todas las etapas, incluso por su primera discusión. Pero se mienten a ellos mismos diciendo que deben ser adultos y racionales, y por eso aceptan que no podía durar más que aquellas horas todo esto que les pasaba. Que después cada uno debía volver a su vida, uno en Estados Unidos, ella en París. Tienen miedo a decir lo que sienten, que en realidad la conexión es tan fuerte que bien podrían adaptarse a las distancias, ella incluso viajaría hasta allá, no importa cuánto tema viajar en avión.

Pero recién en los últimos minutos que tienen juntos se dan cuenta que eso no podía terminar así, era demasiado cruel. Y prometen volver a verse. En un año, no, mejor en seis meses, no importa el frío que haga durante esa época, y que sin duda la estación que siempre elija acompañarlos sea el verano.

Se van, cada uno por su lado. Ninguno puede dejar de pensar en todo aquello que vivió, fueron sólo horas que alimentarían años de pensamientos y recuerdos. Y es que no se volvieron a ver. Ella escribió una canción, quizás para llevarlo siempre con ella. Él, un libro. No sólo para no olvidarla, sino para encontrarla. Y es por eso que nueve años después se vuelven a encontrar. Podría haber sido antes, ¿no es cruel el destino?

No, no es lo suficientemente cruel. Porque afuera el mundo es un desastre pero hoy ellos dos se encontraron y se permiten por un rato recordar una noche que nunca pudieron olvidar, ponerse un poco al tanto, y terminar confesando sus miedos y frustraciones. Él no la quiere dejar. No puede entender  por qué fueron tan idiotas de no intercambiar teléfonos. Cómo quisieron jugar a ser adultos y en realidad fueron estúpidos. Todo podría haber sido diferente. Hoy se miran y es casi como si el tiempo no hubiese pasado, como si aquello que vivieron hubiese sido hacía sólo unos meses. Hace nueve años paseaban de la mano, abrazándose y besándose. Ahora se miran simulando ser grandes amigos.

¿Ya es tarde? Sí, él está casado, tiene un hijo, pero no puede lidiar más con esa vida, con ese matrimonio, con ese hogar. Ella hace algo, se mueve, no se queda sólo en la queja. Pero por dentro está rota. Sufrió demasiadas desilusiones que ya no se permite ilusionarse en el amor, es un rincón de su cuerpo que tiene entumecido.

Él no se disuelve cuando ella lo abraza. Permanece ahí, quieto, sin saber cómo reaccionar, con su mirada brillante, como si no pudiera creer que sí, que ella está ahí, frente suyo, tan linda como hacía nueve años. Se va a ir el avión, no importa, él quiere que se vaya. Quizás el tren no pasa una sola vez en la vida.


Mañana temprano veré la continuación de esta hermosa historia de amor que me acompañó durante tanto tiempo. El 27 de junio la estrenan, y ese mismo día volveré a sala. Jesse y Celine son parte de mi vida.

0 comentarios: