13 agosto 2011

Historias de taxi


A falta de auto o de un novio con auto, muchas veces me veo obligada al taxi. Me refiero a las noches en que salgo, ni loca voy a andar sola de noche esperando un colectivo. No en este país. Además en mi trabajo, cada dos por tres tengo que salir del edificio a hacer trámites, y si no está el chofer (o lo está usando el jefe, o su mujer), el taxi es la opción.

La mayoría de los taxistas me ponen nerviosa. Me ponen nerviosa porque ellos se ponen nerviosos. Sobretodo en horarios pico. Yo siempre voy tranquila, y ellos viven resoplando.

También está el boludo que cree que te puede levantar. Como uno que me sacaba conversación (justo a mí, que odio hablar con gente que no conozco) para terminar diciéndome que debería dejar a mi novio por alguien más grande (¡justo de su edad!).

O el que, por ahí con ciertas tendencias fetichistas, me halagaba mis pies, mis tacos altos, y hasta mis manos, por mis uñas largas y lo prolijas que las tenía.

Una vez (entre varias, lamentablemente) me tocó uno al que le encantaba hablar. Y así, tras decirle yo a dónde me dirigía, me cuenta que él también trabajaba ahí, pero que como era 'rebelde' lo terminaron despidiendo (vaya uno a saber, no es tan fácil que directamente te saquen de la fuerza).

El que está de malhumor, y putea todo el tiempo.

El que quizás por nuevo, o quizás porque justo lo mandé a un lugar que no conocía, y no sabe por dónde ir.

En fin, historias de taxi las hay tantas. Yo, personalmente, los prefiero tranquilos y callados. Que hablen lo justo y necesario. Antisocial me dicen.

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