Leonora Balcarce interpreta a una mujer en pareja con un director de teatro que cada vez que se pone a preparar una obra, como que desaparece, no está más. Pero a la vez, ella tampoco parece saber qué quiere, al menos cuando él se lo pregunta, se da cuenta que no tiene una respuesta. Cuando entra, de casualidad a una casa de habanos y coquetea con el vendedor, interpretado por Nicolás Pauls, descubre que lo que quiere es tener un hijo. Y va a buscar la forma de tenerlo sin importar el medio.
Después tenemos a una pareja de hombres, uno actor de la obra previamente mencionada y el otro, recién separado de su mujer y con un hijo pequeño intolerante e intolerable, malcriado y que no deja de maltratar verbalmente a su padre, muy enojado con todo lo que está pasando. A la vez está en la etapa en que recién comienza a encontrar lo que quería en su vida, y no se encuentra con un ambiente que lo acepte, por lo que intenta, sin mucho éxito, hacerle caso a una madre que no deja de asegurar que no es más que una confusión, y así conoce a Vera (interpretada por Catarina Spinetta).
Pero en el último de los capítulos, descubrimos que Vera no es una simple chica aburrida esperando acostarse con cualquiera una noche en el bar, sino la mujer del vendedor de habanos. En su casa, poco se parece a la chica sexy de aquella noche: con tres hijos a cuesta, los nervios la tienen a mal traer constantemente, y se la pasa de mal humor y gritando.
Lo que tiene de curiosa esta película, es cómo construye a personajes que a veces nos agradan pero muchas otras veces no soportamos. Si bien cada uno tiene sus grises, en esta película en blanco y negro que casi no los tiene, ellos se pasean entre estados de ánimos, infidelidades, dudas, gritos, discusiones, flirteos y demás intentando encontrar aquello que quieren. Al final, todo culmina en la obra de teatro, donde todos caen. Ninguna de las historias se termina de resolver porque ninguna de las historias de la vida suelen tener un final hasta la muerte. Para terminar, suena Luis Alberto Spinetta con su canción “Mi Elemento” y aparece la leyenda que indica que está dedicada a su memoria.
Anagramas es una película así, imperfecta, con algunos clichés, y, claro, desordenada. Sorprende Catarina Spinetta robando protagonismo. Y conforma ese final entreabierto. Se percibe algo de búsqueda, algo que todavía no se terminó de encontrar, un sello de autor, pero aun así es interesante y dan ganas de seguir al realizador (el mismo de UPA! y Antes del estreno), quien acá además de la labor de dirección, hace la de guión, montaje y fotografía.
*Anagramas se pudo ver en el BAFICI, que fue cuando yo lo hice, pero ahora tienen la oportunidad de verla en el Centro Cultural San Martín.
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