Mi día más esperado de la semana. Mi incentivo cada mañana que madrugo es llegar al viernes y saber que tengo un par de días, que cada vez se me pasan volando con mayor velocidad, para hacer lo que yo quiera. "Lo que yo quiera" es tirarse en la cama a leer un poco, a boludear otro tanto con la laptop, y pasarme la noche casi sin dormir mirando películas. Esa es mi vida social de fin de semana. No me quejo si algún fin de semana me toca salir de casa, pero amo saber que tengo mi tiempo para manejarlo a mi antojo. Por eso extraño las vacaciones. Este año no tendré vacaciones de invierno, al menos no serán de invierno. Este año decidí guardarme esos días para poder asistir en noviembre al festival de Mar del Plata, al cual siempre quiero ir pero me acuerdo muy a último momento y se me es imposible. Planear, hay que planear un poco algunas cosas. Soy de las que viven planeando a tan largo plazo que al fin y al cabo nunca planean nada. ¿Se entiende? ¿Se me entiende? ¿Me entiendo?
Ok. Mi mente anda por cualquier lado. Mil cosas en mi cabeza me dan mil vueltas. Y tengo una (ya grave) obsesión con estos bichitos que no sé qué mierda son pero son lo más tierno y divertido que vi en la vida. Sólo sé que necesito uno para mí.
Hará un par de semanas, o quizás tres, durante uno de mis queridos fines de semana en casa vi por cable la primer entrega de Despicable Me. ¡¿Para qué?! Se estrenó inmediatamente, por suerte para mí, la segunda parte y no pude no querer ir al cine a verla. Me banqué que sea doblada (porque no van a encontrar copias en su idioma original lamentablemente) y que sea una sala llena de niños (recordé por qué casi no veo películas animadas, además de que saben que si no veo una película en el cine luego la paso por alto hasta quién sabe cuándo), todo por estos minions queridos. Porque ellos valían toda la película. Lloré de la risa con sus salidas y con sus cantitos y bailecitos, me los quería comer. Tengo problemas mentales, lo sé. Después me puse seria igual y escribí una reseña toda seria también (?).
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